domingo, 26 de agosto de 2018

Málaga: Historias de bicis






He ido a Málaga a recordar. También a conocerla distinta, porque cuando yo la viví era más oscura y triste de lo que se espera de una ciudad del Mediterráneo.
Viví en Málaga en los inicios de mi profesión periodística, a finales de los años 80. Fui becaria de radio en Málaga. ¿Hay algo mejor? Los que hoy sois periodistas becarios no habíais nacido, y no imagináis, ni de lejos, las condiciones (cojonudas) en las que hacíamos nuestra beca. Me pagaban una pasta y el  alojamiento. Una madrileñita de 20 años, viviendo la sabrosura de su primera vida independiente.
En Andalucía, nada menos.


Cuando llegué a Málaga, a pesar de mis abuelos de Chipiona y Sanlúcar, no sabía nada de Andalucía. Menos aún, de Málaga. Aprendí muchas cosas: que los "pasos" de semana santa no se llaman "pasos", sino "tronos". Que son infinitamente más grandes que los de Sevilla. Que no hay nada peor que un sevillano. Que Málaga vive (o vivía, como muchas ciudades de costa españolas entonces) de espaldas al mar. Que el faro de Málaga se llama "la Farola". 
Aprendí lo que es una biznaga. La diferencia entre el salmorejo y la porra antequerana. Y que aquí nos gusta vivir, y no se admiten prisas de ninguna clase.
No siempre la radio se estiró conmigo. Primero me mandaron a un albergue juvenil, cerca de la emisora, un edificio que tenía dos alas: una era un albergue turístico, y la otra, una residencia masculina de estudiantes. El desayuno era común para todos. Así que yo me convertí en la única mujer- por dios, ¿mujer, he dicho?- en la única chica en un comedor lleno de hombres (¿he dicho hombres?)
Es verdad que de vez en cuando venía un grupo de francesas, o de americanas. Yo vivía en una habitación con seis literas. Doce camas para mí sola. Tenía 20 años y estaba en 3º de periodismo.
Saqué buen rédito de la residencia masculina de estudiantes. El primer chico al que conocí se llamaba Jorge, había nacido en Tetuán (Marruecos), estudiaba Medicina y hacía la residencia en el Carlos Haya.  Me llevó en su bici a Los Baños del Carmen. Charlamos y bebimos. Creo que yo llevaba en Málaga tres días, y ya era la comidilla de toda la residencia.
Jorge y yo, en bici, por el Paseo de Reding: una sensación que nunca olvidaré. Se me olvidó Madrid. Yo ya no me sentía de Madrid. Tres días duré de madrileña en Málaga.
También aprendí cosas con Jorge: que los mejores momentos de la vida no tienen que ver con el refinamiento, o la cultura, sino con la espalda de Jorge rozando mi pecho por el paseo del Limonar, y llegar a Pedregalejo en bici.  
Hace muchos siglos que no conozco a alguien tan alegre. Aunque igual yo tampoco soy ahora la alegría de la huerta ¿verdad?
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He vuelto a Málaga. Viví primero en aquella residencia de estudiantes, luego en el edificio de la Equitativa de la Plaza de la Marina y después en una casa del Limonar. He visto el edificio de la Equitativa, ese que mira a la Calle Larios y que es más triste que un día lluvioso en Gijón. Se lo cuento a mi hija: “ahí viví yo, con una vieja que nos traía a mal traer”. Alquilaba habitaciones y además de las pelas, quería adoctrinarnos. 

Málaga resplandece de luz y modernidad. Hoy acoge el inicio de la Vuelta Ciclista a España. Bicicletas por todos lados. Mi hija está encantada, pero yo miro y busco a mí alrededor y no veo a Jorge.